Mi último albergue

Desde marzo del 2020 se pusieron en práctica en Cuba numerosas medidas  para evitar los contagios con el virus del SARS-2, que buscaban reducir la movilidad y la aglomeración de personas y la aplicación de  cuarentenas locales en barrios, comunidades y zonas con eventos y focos de infestación, medidas que junto al aislamiento de los contactos y sospechosos, la atención especializada de los enfermos en los hospitales y el empleo de medicamentos experimentales de factura nacional e importados, permitieron que los casos confirmados de la enfermedad no sobrepasaran  los  6 mil en 7 meses y que solamente fallecieran 123 personas debido a la pandemia, además se logró que los hospitales no colapsaran  al sobrepasar sus capacidades la cantidad de infestados. Pocos países han tenido mejores resultados.


El viernes 9 de octubre estaba con dolor de garganta y malestar general,  protegiéndome con el nasobuco las vías respiratorias subí por la escalera del edificio al piso de encima de mi apartamento y llegué con falta de aire. El sábadotenía mucho decaimiento y decidí pasar por el policlínico para descartar estar contagiado de coronavirus o dengue. No tenía tos ni fiebre. De inmediato me hicieron una radiografía digital de pulmones, la doctora dijo que estaban limpios pero que los apreciaba un poco inflamados, que debía esperar allí para enviarme a un centro de aislamiento y me orientó cuales artículos personales debería llevar para mi estancia.

Desde casa me trajeron un maletín con alguna ropa y artículos de aseo y un ventilador, por si no había en el albergue. Por suerte, en solo media hora llegó un microbús que me recogió junto a una joven que tenía tos y catarro nasal, fuimos a otro policlínico del municipio a recoger  a 3 sospechosos más de coronavirus, y con el vehículo lleno llegamos al  hotelito del Centro de Convenciones Pedagógicas ubicado en la Villa Panamericana, más conocido por el de Cojímar. Subí con mi carga por las escaleras hasta el tercer piso, a donde llegué resollando y después me ubicaron en una habitación de 3 camas, junto a dos hombres más jóvenes, uno de ellos estaba constantemente tosiendo y el otro tenía fiebre, por lo que pensé que tenía que cuidarme mucho de ellos para no contagiarme.

Después de todo navegué con suerte, fui a parar a un albergue en bastante buen estado: paredes sanas y pintadas, piso de terrazo, muebles sanitarios usados, pero que funcionaban bien, al igual que todas las luces. En la habitación había un televisor conectado por cable al servicio internacional, pero por razones desconocidas el cable eléctrico no llegaba al tomacorriente de pared, por suerte el tosedor trajo consigo un ventilador sin espiga, le cortó  un pedazo a su cable y alargó el del televisor y estuvimos viendo los canales ¨de afuera¨ todo el tiempo. A las 10 pm nos sorprendieron cuando encendieron centralizadamente el ruidoso aire acondicionado fijado a la ventana del cuarto, hasta las 6 am del día siguiente. Todo no era perfecto, el cerrojo de la puerta del cuarto estaba roto y para cerrarla había que calzarla con una cuña de madera por dentro, faltaban algunas argollas de la cortina de baño y otros detalles que indicaban falta de mantenimiento o de recursos para repararlos. El lavamanos lo había instalado un plomero probablemente enano pues había que doblar bien el lomo para lavarse la boca, era preferible hacerlo en la ducha.

En la habitación había tres literas de madera convertidas en camas personales, distanciadas a menos de un metro una de otra. La mayoría de los colchones tenían los muelles vencidos, el que me tocó enseguida activó mi crónico dolor lumbar, que solo se me aliviaba cuando me ponía de pie, me duchaba o caminaba a buscar agua al bebedero. La enfermera del albergue no tenía pastillas analgésicas ni relajantes musculares, ni antinflamatorios para mi malestar, solo inyecciones de Dipirona para bajar la fiebre. No había sillas ni butacas donde sentarse, por eso nos la pasábamos acostados viendo el televisor, lo que me provocaba aún más dolor en la columna vertebral.

Desayuno, almuerzo y comida en bandeja metálica para comer sentado en la cama con la cuchara que llevé, pobremente confeccionados. Casi siempre arroz amarillo con o sin subproductos o espaguetis y medio platanito verde hervido, algo de proteínas.  El pan, pésimo 3 veces al día,  siempre con queso fundido y en el desayuno yogurt de soya. Observando que yo era el único de mis compañeros de habitación que dejaba la bandeja limpia, llegué a la conclusión de que por ser omnívoro, en mi ADN debo tener algo de  babuino.

Los pasillos, habitaciones y los baños de cada cuarto los  limpiaban diariamente,  había agua corriente las 24 horas. A cada albergado le dieron dos sabanitas y una toalla, el jabón, la pasta de dientes y el papel higiénico  lo traje de mi casa. Para mayor seguridad todo el tiempo estuvimos con el tapabocas puesto, hasta para dormir, lo que resulta insoportable.

Anticipándose a las 72 horas normadas para obtener el resultado del PCR, el lunes 12 a las 8 pm, avisaron que recogiéramos las pertenencias pues todos habíamos dado negativo, menos los ocupantes de una habitación. Esa noche nos despidieron con frijoles negros, arroz blanco y filete de jurel frito, bien confeccionados, quizás para que lleváramos un buen recuerdo del cocinero.

Después de tantos años sin albergarme voluntariamente en campamentos agrícolas o en movilizaciones militares en mucho peores condiciones que las aquí narradas, esta fue una experiencia más llevadera, pero ya con 74 años y sin estar enfermo no hay nada mejor que estar en la casa, ver nuestra televisión y dormir en una cama que se acomode a mis viejos huesos.

Transcurridos 7 meses de pandemia quedó demostrado que la decisión de albergar obligatoriamente a los contactos y sospechosos de la COVID-19 en centros de aislamiento hasta que el PCR resulte negativo, si bien se concibió inicialmente como imprescindible para reducir los contagios y salvar vidas, generó al Presupuesto del Estado más de mil millones de pesos en gastos vinculados a la salud al albergar más de 115 mil personas,  por otra parte, creó  molestias a muchas familias por enviar a los sospechosos y contactos residentes de una vivienda a centros de aislamiento diferentes, según sexo y edades y al final la efectividad del aislamiento fue muy baja porque, según se informó, el 96 % de los PCR de los albergados dieron negativo. El hijo de 10 años de la joven que estaba con catarro fue a parar a otro albergue al cuidado de una tía y al esposo lo enviaron a otro lugar. El médico de guardia del policlínico de Arroyo Naranjo tuvo la insensibilidad de enviar a una señora  recién operada de radical de mama junto a su hija para un centro de aislamiento porque el yerno, que al final dio negativo en el PCR, estaba tosiendo sin parar.

Desesperados por salir del encierro, después que el médico escribiera 65 altas y que el transporte llegara, nos liberaron a las 9:30 pm, se formó la molotera para repartirlas y distribuirnos en 4 ómnibus fletados del servicio público. El bus en el que  regresé me dejó a tres cuadras de mi casa.

Salvo los diabéticos, una vez al día nos tomaron la temperatura y nos preguntaron cómo nos sentíamos, pero no recibimos ningún tipo de tratamiento para las dolencias que traíamos y que hacían temer el contagio con coronavirus, todo el asunto se redujo a esperar por los resultados del PCR. Como el dolor de garganta y el decaimiento se me quitaron con el reposo obligatorio, no tuve que ir posteriormente al médico, solo para llevar el papelito donde consta que mi PCR dio negativo. Al contarle las condiciones del albergue al que me enviaron, el médico de familia me dijo: no tienes de qué quejarte, saliste por la puerta ancha y no te costó nada. La popular frase ¡Sabroso y no cuesta nada! sigue presente en la mente de muchas personas que se acostumbraron a recibir servicios gratuitos sin importarles las consecuencias de ello para la economía del país.

El gobierno central decidió eliminar a partir del 12 de octubre la obligación de realizar el distanciamiento en albergues y en su lugar dejar aislados en su casa a los sospechosos y contactos y continuar  trasladando solamente a los enfermos confirmados por el PCR a los hospitales para su tratamiento y recuperación. Esa decisión, junto con la eliminación de muchas medidas restrictivas al pasar a la ¨nueva normalidad¨, ha traído a muchas personas la  preocupación de que pudiera surgir otro rebrote de la epidemia como ocurrió en el mes de agosto pasado producto de indisciplinas de algunos ciudadanos y falta de rigor en las medidas de seguridad en varios centros de trabajo. En los meses venideros sabremos si  los cubanos somos capaces de convivir con la pandemia sin paralizar por largo tiempo numerosas actividades productivas y de servicios y las clases en los centros educacionales.

En medio de la ¨nueva normalidad¨ me mantendré fiel a la consigna: ¡Protégete!, pero con el perdón del Dr. Durán, no acudiré al Policlínico a menos que me esté muriendo, pues en otro aislamiento no me meten ni amarrado.

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