Páginas del diario de Ana Franco en tiempos del coronavirus (I)1

9 de marzo
A fines de enero los casos de Covid-19 no superaban los 1,800 y se concentraban en su gran mayoría en la ciudad de Wuhan en China. Hoy me escriben que en los Estados Unidos se formó la locura con el virus, en las tiendas y mercados volaron el jabón y los desinfectantes. En Nueva York la cosa está muy fea, Trump suspendió los vuelos desde Europa. Cerraron las escuelas en Madrid y otras regiones.
Recibí un mordaz mensaje por correo electrónico diciendo que no me preocupara con el Coronavirus porque si los cubanos estamos acostumbrados a comer pizzas, chicharrones y entrepanes y tomar jugos y refrescos en numerosos establecimientos y timbiriches callejeros, en los que existen pésimas condiciones higiénicas y no nos enfermamos, es porque somos inmortales.
Por muy bonita que luzca por tv, esa corona nadie la quiere, si se la hubieran puesto a Luis XVI enseguida se hubiera contagiado, por ser tan gordo y enfermizo habría fallecido a los pocos días y al final no hubieran podido guillotinarlo.
Comparecen los principales dirigentes del Gobierno cubano en la televisión, que informaron sobre la adopción de un plan multisectorial para combatir la propagación del nuevo virus, proteger a la población y las primeras medidas instrumentadas. ¡Alea jacta est!
17 de marzo
Confirmaron por tv que 3 turistas italianos que andaban por Trinidad y un cubano casado con una boliviana llegada de Italia estaban contagiados. Han aislado a sus contactos para investigarlos. Se recomendó a la población quedarse en casa para evitar más contagios.
Está entrando poca agua desde el acueducto. Hoy no han puesto la bomba del edificio, tuvimos que bañarnos con cubos con el agua del tanque de reserva del apartamento. No obstante, me lavo las manos a cada rato.
El turismo no se ha cerrado, pero ha menguado por la cancelación de viajes desde Europa y Canadá. A pesar de la insistencia por tv y radio sobre el Covid-19, muchas personas ven el riesgo muy lejano y siguen su vida normal.
Hace días que estoy con ardor de garganta, sin tos ni fiebre, debe ser producto de la resequedad del clima, el fuerte viento y el polvo que despide la reparación del edificio de la esquina. Ante la ya habitual falta de colutorios en la farmacia, me estoy echando con jeringuilla por la nariz chorros de agua hervida con sal y se  me alivia.
Fui a una clase de posgrado y en la fila de butacas me senté entre una vieja y un viejo que esperando la llegada de la profesora que, intentando demostrarse su sapiencia, hablaban sin parar virados hacia mí, y yo en el medio de ambos pensando que me podían contagiar la enfermedad de moda con sus gotículas de saliva. Llevé un nasobuco, no me lo puse para no ser el único en usarlo, si hubiera sido una persona aprensiva, en ese momento me hubiera levantado e ido a casa. Finalmente, la profesora se apareció con el niño que no se lo recibieron en el círculo infantil por tener catarro y la clase resultó interrumpida decenas de  veces por el nene que, aunque le dieron unos plumones para que dibujara, a cada rato llamaba nuestra atención haciendo un ruido infernal rozando la mesa con las ruedas de un carrito de juguete. Lamenté no haberme ido de clase antes de empezar.
Pasaron por tv la operación de traslado de pasajeros de un crucero en el Mariel hasta el aeropuerto de Boyeros y su partida en cuatro aviones hacia Gran Bretaña. Largo show televisivo de gran impacto solidario, patriótico y político. Las cámaras mostraban a lo lejos la llegada y partida de muchos aviones que aún operaban.
1 Ofrezco mil disculpas a los familiares de Anne Frank y García Márquez por parodiar títulos de sus libros

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