Los mosquitos no respetan el amor

Una pareja de treintañeros cuyo matrimonio se había celebrado recientemente aún conservaba la pasión de los primeros tiempos. Transcurrían los inicios de los años 80 y en muchos centros de trabajo los días 8 de marzo se celebraban fiestas por el Día Internacional de la Mujer, en las que había bastantes comestibles y bebibles. La esposa de marras debía asistir a esta celebración en un círculo social de una de las playas del Este de la Habana, para facilitar la asistencia transportarían a los trabajadores a las 2 p.m. desde el propio centro de trabajo en La Habana en un ómnibus de la entidad. Al no poder llevar acompañante a la fiesta ambos acordaron que a las 5 p.m. el amoroso esposo la recogería en su auto en dicho club y pasarían el resto de la tarde disfrutando del agua y las arenas de Santa María del Mar. Como todas las enamoradas, la joven quiso compensar al esposo que no había disfrutado de la fiesta, trayéndole algo de picar y un poco de bebida, convirtiendo la estancia en la playa en un ¨picnic¨ amoroso. En aquella época las regulaciones sobre el respeto al medio ambiente eran casi nulas y se podía parquear encima de la arena, más cerca del mar. Al llegar a la playa, el esposo metió el auto por la arena entre los árboles a unos 30 metros de la carretera asfaltada y se fueron a disfrutar del resto de la tarde. En marzo todavía el agua de mar es un poco fría para el gusto de los cubanos y la playa estaba desierta y nadie los molestó en su romance. Alrededor de las 6:30 p.m., comenzó a oscurecer y decidieron regresar a casa, en la orilla todavía había bastante claridad, pero en medio de los árboles estaba más oscuro y comenzaban a alborotarse los mosquitos. Menuda sorpresa tuvieron porque cuando intentó dar marcha atrás al auto por la arena, las ruedas traseras se atascaron y mientras más lo intentaba más se hundían. Ni que decir del berrinche que cogió el esposo con tan desafortunado fin de fiesta. Al poco rato se calmó y decidió buscar ayuda y fue hasta un círculo social cercano y allí todos estaban de medio de una actividad político cultural y no lo podían ayudar. Volvió a la carretera a esperar que pasara alguien en auto y le alumbrara el sitio y lo ayudara, con tan buena suerte que al poco rato pasó un conocido suyo que iba con su esposa en su auto hacia la fiesta cercana y lo ayudó enfocando el sitio con los faros delanteros. Agredidos por los mosquitos, buscando con qué desatascar el carro hallaron unos tablones en una construcción cercana y levantándolo con el gato pudieron poner los maderos debajo de las dos ruedas traseras y sacarlo del atasco. Después todo fue más fácil, pero como estaba oscuro no veía bien hacia atrás y al mover el vehículo terminó golpeando con la defensa trasera varios árboles, por lo que se le hundió un guardafango trasero, que tuvo que llevar a un chapista a enderezar pocos días después. El abrupto final anuló la felicidad de una tarde romántica. En otra ocasión, los cónyuges regresaban en el auto una tarde de pasar unos días en el hotel ¨Los Jazmines¨ ubicado en la zona turística de Viñales. Como habían venido hacia Pinar del Río por la Autopista desde La Habana, decidieron cambiar de paisaje tomando la vía del norte que cruza la Sierra del Rosario. Cuando salieron comenzaba a llover persistentemente y al oscurecer llegando a un puente que cruzaba un arroyo, el agua que bajaba de las lomas estaba desbordada encima del puente y había varios vehículos en cola en ambos sentidos de la vía y uno de ellos varado encima del puente, en la senda derecha. Esperaron un rato a ver si el nivel del agua bajaba pero los mosquitos estaban muy agresivos y un taxista que estaba delante de ellos se decidió a cruzar y acelerando el vehículo al máximo logró rebasar el puente. Acto seguido el esposo pensó que si aquel carro que era mucho más bajo que el suyo había cruzado el puente el propio podría lograrlo y se lanzó a cruzar con éxito. Los demás automovilistas no se atrevieron y se quedaron esperando que la altura del agua bajara, resistiendo el azote de los mosquitos. A propósito de automóviles, una de las cosas que puede poner en peligro la felicidad en el matrimonio es que uno de los cónyuges se convierta en instructor de automovilismo de su pareja, si esta última es una persona temerosa o nerviosa. Las personas que se dedican a servir de instructor de automovilismo deben estar dotadas de mucha paciencia y nervios de acero. Ese fue el caso del esposo del que hablamos más arriba que después de varias prácticas por una autopista en línea recta decidió que ya la aspirante a conductora estaba lista para aprender a conducir por áreas urbanas e intentó que esta practicara en las casi desiertas calles del barrio llamado Brisas del Mar ubicado en las playas del este de la Habana. Para doblar en una esquina se debe reducir la velocidad con el freno o sacando el pie del acelerador, embragar, cambiar a la segunda velocidad, desembragar y acelerar a la vez que se endereza el timón, de modo que el vehículo tome de nuevo velocidad en línea recta. Sucedió que la dama aprendiz, en lugar de frenar y embragar, apretó el acelerador, trepando el vehículo por la acera en medio de un marabuzal y encima de un pedrusco que levantó el piso detrás del asiento del chofer. Ahí a la señora le dio un ataque de nervios y por supuesto, decidió inscribirse en la Escuela de Automovilismo para evitar el mayor deterioro del carro y posteriores disgustos a su esposo e instructor improvisado. A mediados de los años 70 la dirección de una institución quiso agasajar a un asesor soviético y su esposa con una reservación de una semana en una instalación hotelera de la Ciénaga de Zapata, acompañados de un traductor. Todos quedaron asombrados cuando conocieron que a los tres días estaban de regreso porque la esposa del asesor se la pasó llorando todo el tiempo, encerrada en la habitación huyendo de las picaduras de los mosquitos. Evidentemente ella no había visitado la taiga en su país o los bosques aledaños a los lagos de Canadá en verano. En zonas turísticas como Varadero, para contrarrestar esa plaga fumigan con aviones frecuentemente, pero según les informaron en la ciénaga no lo hacían porque afectaba la fauna silvestre, en particular las colmenas de abejas melíferas. El amor de una pareja puede resultar sublime y encantador pero que como la naturaleza se rige por sus propias leyes, no siempre está de nuestra parte y mucho menos los mosquitos.

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