Hipólito y la pandemia

Desde la década del 60 del pasado siglo muchas personas han sido clientes del servicio de distribución a domicilio de periódicos en La Habana. En los últimos años, en varias ocasiones los usuarios de mi barrio dejaron de recibir el diario por varias semanas debido a la enfermedad o las vacaciones del cartero, aunque este nunca dejó de cobrarlo por adelantado, trimestralmente.   

A pesar de que los clientes, según las nuevas exigencias de la gestión empresarial, están obligados a suscribir anualmente un contrato con el correo local, cuando han ido a quejarse por no recibir la prensa les han informado que no cuentan con sustitutos temporarios de los carteros emplantillados. Para colmo de males, en la última ocasión el jefe de esa oficina argumentó que aunque dispusiera de un sustituto, este no podía distribuir la prensa en la zona porque el único que conocía los clientes era  el cartero ausente, mostrando una total falta de control interno.

Hace un par de meses volvió a fallar ese servicio porque el cartero renunció, entonces cuando apareció el sustituto cobrando el próximo trimestre decidí no pagar y rescindir ese contrato tipo embudo, que tiene la parte estrecha para el cliente, ya que aunque descuenten del siguiente pago el valor de los periódicos no entregados, no establece a la empresa la obligación de entregar diariamente la prensa al cliente. 

Aunque el 80 % de las informaciones que dan en los noticieros de televisión y radio son idénticas a las de nuestra prensa escrita o difundida por internet, las personas de la tercera edad se entretienen diariamente leyendo la prensa plana.  Por eso, muchos vieron los cielos abiertos cuando apareció por el barrio un vendedor ambulante  voceando: ¨LA PREN…..… SA¨, que les evitaba caminar diariamente un kilómetro ida y vuelta para comprarla en el estanquillo.  

Este vendedor, llamémosle Hipólito, es un viejo desaliñado, protestón, polémico, que padeciendo de dolores en las extremidades y los pies, recorre diariamente el barrio cargando un pesado bulto de periódicos, que vende a dos veces y media del precio oficial. Por donde quiera que pasa se queja de lo cansado que está, de lo mal que se siente, de que no tiene monedas suficientes para dar el vuelto, pero no deja de gritar y de tocar insistentemente a las puertas para vender a cada cliente los dos periódicos del día. Observando que no dejaba de trabajar bajo el intenso sol o con lluvias, aunque le doliera una muela o padeciera de gripe, algunos vecinos mirándolo con lástima le sugirieron cambiar de actividad o acogerse a la asistencia social, pero ofendido, nunca dio su brazo a torcer.  Cuando se siente muy mal, anda con un joven ayudante y pone los diarios en un carrito, pero generalmente trabaja solo. 

Al final del recorrido termina hecho leña y para olvidarse de sus pesares y mitigar sus dolores lleva dentro de sus bártulos un pomito plástico, que llena de ron a granel en una bodega cercana a cambio de unos pocos pesos. Después de bajar su dosis diaria de alcohol, termina dormido en la acera o a la entrada de un edificio, al lado de los periódicos que no pudo vender. 

En el momento de escribir esta crónica ha transcurrido casi un mes después de detectado el primer caso de Coronavirus e Hipólito continuaba en su ardua labor  callejera, ahora ataviado con un nasobuco, que no renueva nunca y la más de las veces le tapa el cuello, no la boca o la nariz.

Es posible que con la pandemia haya cambiado la parada final de su recorrido porque la zona en que habitualmente termina de trabajar está en cuarentena y puede que aunque ande con mascarilla, la policía no le permita circular por ahí. No he podido preguntarle al respecto para no incumplir las reglas del aislamiento domiciliario. En casa me pelean cuando abro la puerta para comprarle el periódico a través de la reja cerrada en la entrada de mi casa porque sospechan que Hipólito es un virus ambulante y me conminan a que me lave las manos inmediatamente después de tocar o leer los periódicos que trae, ante la imposibilidad de desinfectarlos con hipoclorito de sodio al 5 %.

Aunque una gran parte de la población actualmente está aislada en su casa, existen miles de personas trabajando en medio de la pandemia.  Están  los trabajadores de la salud que luchan para  evitar que esta se expanda y atienden con esmero a los enfermos y las personas en aislamiento, también los trabajadores de comunales que barren las calles o recogen la basura domiciliaria, agricultores que siembran y cultivan la tierra, obreros  que laboran en determinadas fábricas y empleados de los comercios que aún funcionan, reporteros y comunicadores, funcionarios públicos y muchos más, que deben cumplir estrictamente las medidas de protección orientadas para no resultar contagiados.

Hace unos días un programa de televisión promovió un concurso telefónico en el que no darían regalos, solo mencionarían los nombres de los diez primeros que respondieran la pregunta: ¿qué es lo primero que usted haría el día siguiente a que se acabe la pandemia? No llamé a la televisora para responder, pero pensé, que lo primero que haría ese día, si para entonces Hipólito estuviera vivo, sería felicitarlo porque a pesar de los muchos factores de riesgo que tiene para contraer la enfermedad, habría sido un campeón por su resistencia al virus de la COVID-19. Algunos piensan que el alcohol que le circula por la sangre inhibe al virus, pero aún la ciencia no lo ha confirmado.

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