La nueva pandemia y las viejas costumbres

La enfermedad denominada COVID-19 se ha expandido rápidamente por el mundo, incluyendo a Cuba. Al momento de escribir este artículo en el país se informaba de 170  casos confirmados, 2681 ingresados, 4 fallecidos y 4 dados de alta. Aunque como promedio mundial alrededor del 95 % de las personas que enferman, si son hospitalizadas y atendidas a tiempo se curan, el virus puede resultar letal para las personas de la tercera edad o aquellas que padecen de hipertensión, diabetes, cardiopatías o enfermedades pulmonares crónicas, que generalmente requieren ser atendidas en salas de terapia intensiva con equipos de respiración.
Si tenemos en cuenta que un 20 % de la población cubana tiene más de 60 años y que los cientos de miles de compatriotas que padecen las enfermedades antes mencionadas pueden morir de resultar infectados, incluso que los más jóvenes o saludables también pueden enfermar, resulta imprescindible cumplir todas las medidas orientadas para cortar la cadena de trasmisión,  porque cualquier portador del virus, sin darse cuenta, puede trasmitirlo tosiendo, estornudando o simplemente conversando cerca de otra persona.    
En Cuba, a través del sistema de salud se realiza una pesquisa activa para la detección y posterior tratamiento en hospitales de aquellos que han adquirido la enfermedad y se procede al aislamiento en albergues habilitados para ello de los casos sospechosos o que han tenido contacto con los enfermos.  Para reducir el contagio con viajeros llegados desde el extranjero, a partir del 23 de marzo se cerró la entrada  de turistas y cubanos no residentes al país y se gestiona la salida en los pocos vuelos que arriban de los que quedaron varados en el territorio, estos han sido aislados y estarán bajo control médico permanente en hoteles y casas particulares, mientras permanezcan en el país. 
Los residentes cubanos o extranjeros que llegan y aquellos que tuvieron contactos con personas infectadas cumplen un aislamiento por 14 días en albergues similares. Estas medidas no eliminan la llegada de residentes contagiados desde el exterior ni la aparición de nuevos casos entre aquellos que tuvieron contactos con personas contagiadas anteriormente, pero con el paso de los días, gracias al aislamiento de probables trasmisores, de los sospechosos y los casos confirmados con la enfermedad , se minimizan las posibilidades de contagio. 
La casi total reducción de la trasmisión del coronavirus hasta el momento solo se ha logrado en China, al contrario, la tendencia mundial,  es a incrementarse rápidamente, por lo tanto, las medidas de aislamiento de las personas que lleguen al país probablemente se mantengan vigentes hasta que la enfermedad sea erradicada en el mundo o se haya logrado producir una vacuna contra el virus y toda nuestra población haya sido vacunada. No parece existir otra alternativa mejor.   
Se dice que ¨las costumbres se hacen leyes¨, de ahí que resulte difícil cambiarlas de buenas a primeras. Los cubanos somos muy dados a conversar, abrazarnos, besarnos, estrecharnos las manos, visitarnos, brindar agua y café, ir a recibir a algún familiar al aeropuerto o a la terminal, pedir botella al conductor de algún vehículo que pasa, bailar en parejas o grupos, asistir a fiestas, actividades culturales o partidos de beisbol  y otras muchas costumbres que nos acercan unos a otros y resultan muy propicias para la trasmisión de cualquier virus.  Anualmente, no menos de 6 millones de cubanos padecen de enfermedades respiratorias trasmisibles que generalmente se superan en pocos días, pero el Covid-19 es muy contagioso y puede resultar letal, por lo tanto en estos tiempos no nos queda más remedio que dejar esas fraternales costumbres a un lado, autoreprimirnos y aislarnos lo más posible para protegernos de la pandemia.
A través de los medios masivos de comunicación y las redes sociales constantemente se informa del incremento de las personas detectadas como contagiados y de los fallecidos en todas partes y en el caso de Cuba, además, la cantidad de personas que han sido aisladas por resultar sospechosos de portar el virus  o por haber tenido contacto con personas contagiadas.
Al principio se veían por las calles muchos ciudadanos que no daban crédito a las informaciones o se consideraban inmunes a la enfermedad y continuaban su vida habitual sin tomar ninguna medida de protección o aislamiento. Sin embargo, antes de finalizar marzo se había generalizado el empleo de nasobucos, incluyendo los confeccionados en casa con diversas telas, estampados y colores y muchas personas no salen de sus casas, a menos que resulte imprescindible.
Acabo de ver pasar frente a mi casa a un cubano con pinta de marginal que a modo de nasobuco traía en la cabeza enrollado un pullover con la bandera estadounidense, emulando a Trump, quién apareció envuelto en esa bandera en una foto publicada recientemente en las redes, pues según se dijo era el mejor remedio para no contraer la enfermedad. La estupidez es tan contagiosa para los cerebros reblandecidos como los coronavirus para las vías respiratorias.
No queda más remedio que de vez en cuando ir a la panadería y a los mercados a reabastecerse, pero debido a la escasez de alimentos y artículos de aseo de venta libre, cuando aparecen los productos más demandados se organizan largas colas, aunque es justo reconocer que  la mayoría de los ansiosos compradores están guardando distancia unos de otros y tratan de no amontonarse.  
Muchas actividades se han suspendido, escuelas, instituciones y oficinas han cerrado sus puertas hasta nuevo aviso, sin embargo la producción, el comercio, el transporte de pasajeros dentro de las ciudades,  los bancos, algunas oficinas de servicio público  y la gastronomía continúan activos, incluso algunos vendedores ambulantes están trabajando, por eso en todos los lugares públicos donde asistan trabajadores o usuarios se han introducido  medidas  de protección como el lavado de manos, la limpieza con cloro de las suelas de los zapatos al entrar y de las superficies tocadas por las manos y todos los empleados utilizan un nasobuco, incluso los choferes y pasajeros de los vehículos.  
Mientras la pandemia esté presente, nos hemos visto obligados a cambiar algunas de nuestras costumbres, hablar más por teléfono o por las redes sociales y menos personalmente y, siempre que sea posible emplear el teletrabajo o el trabajo en casa. Algunos han adoptado otros tipos de saludos, chocando los codos o zapatos o hablando a metro y medio o más de distancia.  
A los que aún no lo hacen, se les convida a utilizar las plataformas de pago por  internet de los servicios de electricidad, telefonía y el pago de los tributos y realizar el cobro de los salarios y pensiones en los cajeros automáticos,  en lugar de asistir a las oficinas recaudadoras o al interior de los bancos.
Ante el cierre de todos los espectáculos públicos y competencias deportivas, tendremos que incrementar los hábitos de lectura, ver más programas y conciertos por televisión y probablemente aumente la clientela del  ¨paquete¨ o la ¨mochila¨ semanal,  que contienen muchas opciones de entretenimiento para todas las edades. Los estudiantes están convocados a seguir las clases y repasos por televisión y a partir de estos realizar el autoestudio  para seguir preparándose.
Como es imposible asegurar que todos los  contactos con personas sospechosas o portadoras de la enfermedad han sido aislados, resulta imprescindible que los que no estén asistiendo al trabajo o a clases cumplan las medidas de aislamiento en sus casas y solo salgan a la calle cuando resulte imperioso. En estas circunstancias, como nunca antes, debemos proteger nuestra salud y la de los demás y de esa forma contribuir a que la epidemia pase lo más rápido posible y tenga las menores consecuencias para nuestra población. 
En Japón y en aquellos países donde nieva o llueve frecuentemente, las personas no entran con los zapatos puestos al interior de la vivienda, de esa forma el piso se mantiene seco y más limpio y dentro de ellas  andan en pantuflas o medias. Aunque sería más higiénico, no creo que esa costumbre se pueda generalizar en Cuba, habrá muchos que digan: ¡No hay que exagerar! 
Pero, si al finalizar la epidemia muchos habremos empleado nasobucos para evitar la propagación del COVID-19, ¿qué nos impide seguirlos utilizando para salir a la calle o al trabajo cuando tengamos la gripe, o incluso quedarnos en casa para no contagiar a los demás?, ¿qué nos impide usarlo de forma permanente cuando laboramos en establecimientos donde se cocinan o expenden alimentos no envasados, que por cierto es una exigencia de la legislación sanitaria?
Recientemente el gobierno orientó eliminar las reuniones innecesarias, ojalá sea una medida que llegó para quedarse, porque aunque no es un virus, el vicio de reunirse ante cualquier circunstancia debiera erradicarse. Se puede hacer más uso de las redes y los teléfonos para trasmitir orientaciones y recoger opiniones y no siempre hay que verse las caras para ello.

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