Peligros de la Instrucción automovilística


Las personas que trabajan como instructores de educación vial y conducción de automóviles deben estar dotadas de mucha paciencia para no terminar desquiciados con los errores que cometen los aprendices de conductores durante las primeras clases prácticas en medio del tráfico de una ciudad y del acoso de algunos choferes desconsiderados y poco solidarios que se molestan cuando les caen delante conduciendo a poca velocidad.

Es bastante frecuente que muchos aprendices no aprueben la primera vez que se presentan al examen, la inexperiencia o los nervios los llevan a cometer infracciones o a mostrar inseguridad en la conducción, pero también hay algunos que son pésimos al timón y que después de mucho practicar suspenden el examen práctico varias veces seguidas. Está más que probado que cuando se inician las prácticas desde la adolescencia o juventud se obtienen más rápidamente las habilidades necesarias para conducir vehículos automotores.

Existen escuelas de educación vial y conducción, pero hay personas que no tienen o no quieren gastar dinero para pagar el curso práctico y les piden a familiares o amigos que les presten el auto para practicar y presentarse al examen. Esta es una decisión muy riesgosa para el propietario del auto porque durante las prácticas los aprendices  pueden chocar con otros autos o es posible que al terminar el aprendizaje haya que llevar el carro porque el clutch estará destrozado. Las escuelas de conducción disponen de talleres y los gastos de reparación de los vehículos están incluidos en el precio de la matrícula, pero las reparaciones del auto particular las tiene que asumir el dueño del vehículo y pueden ser tan o más costosas que la matrícula del curso.

La felicidad del matrimonio se puede poner en peligro cuando uno de los cónyuges intenta convertirse en instructor de conducción de su pareja, si esta última es una persona temerosa, descuidada o nerviosa. No importa si el aprendiz se sabe de memoria el Código de Seguridad Vial  y ya aprobó el examen teórico, de ahí a conducir bien hay un buen trecho.

Conocí el caso de un esposo que después de varias prácticas en las que su pareja condujo exitosamente en línea recta por una autopista, decidió que ya estaba lista para nuevos desafíos e intentó que practicara en las menos transitadas calles de un barrio suburbano. Los automovilistas saben que cuando se conduce un auto dotado de caja de velocidad mecánica, que son los más frecuentes en mi país, para doblar en una esquina se debe reducir la velocidad con el freno o sacando el pie del acelerador, embragar, cambiar a la segunda velocidad, desembragar y acelerar a la vez que se endereza el timón, de modo que el vehículo tome de nuevo velocidad en línea recta. Sucedió que la dama aprendiz, en lugar de frenar y embragar, apretó el acelerador, trepando el vehículo por la acera en medio de un terreno lleno de arbustos espinosos de marabú y parándolo encima de un pedrusco que levantó el piso detrás del asiento del chofer. Ahí a la señora le dio un ataque de nervios y por suerte, decidió inscribirse en la escuela, en aquél entonces llamada de automovilismo, para evitar el mayor deterioro del carro y posteriores disgustos a su esposo e instructor improvisado. El coche, como le dicen en España, hubo que llevarlo al chapista.

Otro caso conocido fue el de un ¨temba¨ complaciente que intentaba que su novia (a quién le doblaba la edad) practicara la conducción del vehículo. El dueño del auto paró en un lugar poco concurrido, apagó el motor dejando la llave puesta, al intentar bajarse del mismo rozó ligeramente con el timón y con este movimiento la dirección se trancó. Ambos bajaron, dieron la vuelta al auto para intercambiar asientos y la joven ocupó el lugar del chofer. La practicante, sin girar ligeramente el timón para destrabar la dirección, movió firmemente la llave para arrancar el motor, provocando que esta se partiera dentro del cerrojo. Envuelto en ese halo de permisividad resultante de estar recién enamorado, el novio se armó de paciencia y al observar que de la ranura de la cerradura sobresalía un pequeño residuo de la llave le preguntó a la joven si ella tenía una pinza de cejas. La joven llevaba una pinza en el bolsito de afeites femeninos con la que el enamorado pudo sacar de la cerradura el pedazo de llave partida. Por suerte, tenía una llave de repuesto guardada en una billetera, de lo contrario habría tenido que hacer un puente con los cables del timón para continuar viaje o ir a su casa a buscarla. Para regocijo y bienestar del complaciente novio, ese percance fue suficiente para que la joven decidiera inscribirse en la mencionada escuela.

No arriesgue su integridad física y la de su vehículo utilizándolo para que practiquen principiantes en el arte de conducir, haga todo lo posible para sus familiares o amigos aprendan en una escuela de conducción. Juro por lo más sagrado que no soy dueño de ninguna de estas escuelas ni cobro comisión por la matrícula en estas, mis recomendaciones están bien intencionadas y se basan en mis experiencias propias, de amigos y conocidos.

A pesar de los peligros que acarrea la instrucción automovilística, los problemas que se presentan mientras los futuros conductores aprenden son  insignificantes si los comparamos con las pérdidas humanas y materiales que se producen diariamente por  accidentes de tránsito provocados por personas, que teniendo experiencia conduciendo hacen caso omiso de lo que aprendieron e incumplen  los preceptos del Código.  En la confianza está el peligro. Hay algunos que cuando tienen en su poder la licencia de conducción pronto se olvidan de lo que aprendieron y convierten su vehículo en una amenaza con ruedas. Esos son mucho más peligrosos que los aprendices.

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