Contradicciones del solapín
La necesidad de preservar la
integridad física y evitar interrupciones externas al buen funcionamiento de algunas
instituciones exige establecer limitaciones y regulaciones sobre el acceso de
las personas a las mismas.
Un procedimiento sencillo de
control de acceso que se ha generalizado en el mundo es el uso del gafete o como
les llamamos en Cuba ¨solapín¨, credencial que se muestra al custodio a la
entrada de centros de producción, servicios, investigación u oficinas para que permita
el acceso expedito a sus trabajadores o visitantes asiduos al mismo. Por el
contrario, los visitantes ocasionales tienen que acudir a la recepción o buró
de ¨control de pases¨ para solicitar autorización y registrar su entrada.
En Cuba, generalmente, el solapín
se elabora con cartulina y se protege por una envoltura de plástico
transparente. En muy contados centros de trabajo se utilizan tarjetas con chips
o banda magnética, que además de servir para la identificación del trabajador,
permiten llevar el control informatizado de la asistencia al trabajo mediante un
reloj ubicado en la entrada, también podrían utilizarse como llave electrónica
de las puertas de sus oficinas, al igual que en los hoteles, aunque sería mucho
más costoso. Existen otros procedimientos más sofisticados que se emplean en el
mundo en instituciones que establecen sistemas de alta seguridad como el
escaneo de huellas digitales o de retina, el implante de microchips y otros,
que para los simples mortales pueden parecer
cuentos de ¨ciencia ficción¨.
Es frecuente ver los solapines
colgando del cuello o prendidos a los bolsillos
del atuendo de los trabajadores en la entrada de centros de trabajo o de
aquellas personas que asisten a congresos o eventos nacionales e internacionales.
En muchas entidades se ha hecho tan habitual usar esa credencial, que algunos empleados no se la quitan al salir y visitar otros
lugares y solo se dan cuenta que la tienen colgando del cuello en caso de que
se les exija portar el gafete específico del centro que visitan.
Los solapines de todos los
centros de trabajo son diferentes, existe una gran variedad de diseños y
colores, aunque lógicamente todos muestran la foto y los datos generales de la
persona autorizada a portarlo. Existen centros de trabajo como los aeropuertos,
que tienen establecidas credenciales que autorizan la entrada a lugares comunes
y al departamento, taller u oficina donde se trabaja y otras con marcas y
señales adicionales que les permite visitar lugares más restringidos, según el mayor
¨nivel de acceso¨ del portador.
Al contrario de los asiáticos,
que por herencia secular son disciplinados y obedientes, quizá por nuestra mezcla
de ancestros españoles y africanos, muchos cubanos son alérgicos a las medidas de
control de acceso, eso los lleva en ocasiones a intentar evadirlas y a
considerar como extremistas a los custodios más intransigentes, creándose situaciones problemáticas tanto por
defecto como por exceso de rigor, como las que se narran a continuación.
Al Jefe de Seguridad y Protección
de un ministerio les halaron las orejas porque los custodios no exigían a los
trabajadores mostrar la credencial a la entrada, estos se justificaban diciendo
que les parecía ocioso hacerlo cuando con el paso del tiempo llegaban a conocer
a los trabajadores. Como consecuencia de la reprimenda recibida desde arriba se
incrementó la presión sobre los custodios y los trabajadores sobre el empleo
del gafete, llegándose al extremo de
anunciarse que el trabajador que no lo mostrara a la entrada, aunque se le
hubiera quedado en la casa, no podría entrar a trabajar. Coincidía que por esos
días un grupo de presos estaba trabajando en la reparación del techo del
edificio, los que vistiendo el conocido uniforme de recluso entraban y salían
del mismo cargando áridos y escombros en carretillas, subían y bajaban dentro
de los elevadores, sin portar ninguna credencial. Semejante contrariedad llevó
a un trabajador molesto con la medida tomada a quejarse ante el referido Jefe,
argumentando que: ¿cómo era posible que a los trabajadores se les exigiera la
presentación del solapín y a los presos no? A lo que este respondió el
siguiente dislate: es que a los presos no se les puede entregar un solapín
porque no son ¨confiables¨.
Algo similar contó en una
entrevista un famoso escritor humorístico, ya fallecido, pues una vez el
custodio que diariamente ejercía el control en la entrada le impidió el acceso
al edificio del canal de televisión donde trabajaba porque no portaba la
credencial. El escritor le preguntó: ¿tú sabes quién yo soy? a lo que el
custodio le contestó: Usted es Enrique Núñez Rodríguez. A lo que el escritor le
respondió: ¿si me conoces y me ves todos los días entrar y salir, por qué ahora
no me dejas entrar? Con ese comportamiento tan estricto el custodio de marras
seguramente fue catalogado por algunos trabajadores como un perfecto cuadrado.
Un caso de estricto cumplimiento
de lo establecido, que a los ojos de cualquier cubano de ¨a pie¨ sería
considerado como de extrema insensibilidad, sucedió cuando en la tienda de 5ta.
y 42 solo podían comprar los extranjeros. Un cubano radicado en Nueva York que
tenía la ciudadanía norteamericana vino a La Habana a visitar a la familia y acudió
a la referida tienda a comprar un refrigerador para la hermana, en compañía de
esta. El custodio de la puerta, que casualmente era hermano de ambos, no permitió entrar a su hermana a
escoger el equipo que deseaba tener, porque no era extranjera.
Una situación simpática sucedió en
un hospital militar que se encuentra en las afueras de la ciudad, al que los
pacientes habituales entran mostrando una tarjeta que los identifica como
tales. Una paciente le pidió a un amigo que la llevara en su auto al hospital y
para evitar que este se aburriera o sofocara esperándola en el soleado parqueo ubicado
a más de cien metros de la entrada, caminó
hasta la garita del custodio cojeando recostada en el hombro del amigo,
simulando una dolencia o un defecto físico. El guardia de la puerta les
permitió entrar con la sola identificación de la paciente. Al terminar la
consulta no le quedó más remedio que salir cojeando sujeta del amigo durante
todo el trayecto para evitarse la reprimenda del custodio burlado si la veía
caminar derecha, aunque hubiera podido argumentar que en la consulta la habían
medicado y ya no sentía dolor, pero no quiso arriesgarse.
Un verdadero misterio resulta lo que
un amigo me contó hace pocos días: las empleadas que venden el pan en la panadería de su barrio, portan un solapín. ¿Será para
evitar que entren a la panadería personas no autorizadas? ¿Pretenderán con esa
medida parecerse a las instalaciones gastronómicas donde sus empleados muestran
prendida a su ropa una chapilla con su nombre de pila para hacer más ¨personalizada¨
la atención? ¿Servirá el solapín para que los vecinos conozcan el nombre de la
empleada y puedan reclamar en caso de maltrato al público? Apuesto a que todo se debe a que el
Administrador de la panadería anteriormente fue Jefe de Seguridad y Protección
de alguna entidad y padece de ¨solapinmanía¨. Hay un viejo dicho que reza:
¨Dadle un martillo a un carpintero y todo parecerá un clavo¨.
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